HISTORIA(S) DEL CINE ARGENTINO
1 – The universal
De vez en cuando ocurren ciertos fenómenos, quizás casuales, que marcan un momento particular en el devenir creativo de un tiempo y un lugar. Esto ocurrió en 2016 en Argentina, año en el que se terminó de cristalizar un tipo singular de cine que se podría traducir como la realización de películas que, respondiendo más a sus necesidades estéticas que a las de producción, parecieran pertenecer al mundo y no a una nación o patria en particular. O que quizás pertenezcan a una patria que es la del cine.
Historias que transcurren en diferentes continentes, otros idiomas y que merecerían reclamar una suerte de doble (en algunos casos triple) pasaporte. Por ejemplo, Matías Piñeiro sitúa la nueva entrega de sus “shakespereadas”, “Hermia & Helena” (2016), en una New York que remite directamente al cine independiente norteamericano. Luego de demostrar su talento para crear extraños universos con sus cortometrajes, Eduardo “Teddy” Williams llega al largo con “El Auge del humano” (2016), siguiendo a grupos de jóvenes por lugares en las antípodas de la tierra, pero a los cuales los une la deriva de la virtualidad y una realidad sofocante. La alemana Nele Wohlatz, realiza su primera película solista “El futuro perfecto” (2016), retratando la educación sentimental y los problemas que los cambios geográficos y lingüísticos ocasionan a una jovencita de China que vive en Buenos Aires. Lukas V. Rinner, austríaco de nacimiento, refleja las tensiones entre clases sociales que se crean en los barrios cerrados de las afueras de la ciudad de Buenos Aires en “Los decentes” (2016), una película producida por el festival de JEONJU. Festival coreano que un año atrás supo producir “El movimiento”, de Benjamín Naishtat, película que utilizaba el género gauchesco para dar cuenta de las “taras” de la clase política argentina a través de los tiempos.
Como decíamos, no se trata de excusas para facilitar co-producciones caprichosas dispuestas a sacrificar cualquier cosa con tal de conseguir dinero (algo que asoló al cine argentino durante la década del ‘80 y lo llenó de personajes españoles – a veces italianos – amigos del protagonista). La permeabilidad de las fronteras de estas películas no implica tampoco haber asumido, por fin, un idioma fílmico global. Sino que es más probablemente la respuesta a la necesidad de representar un mundo cada vez más complicado, inasible, pero siempre cercano a sus realizadores y sus intereses.
Baudrillard decía con nostalgia que “La universalización solía promover una cultura caracterizada por los conceptos de transcendencia, subjetividad, conceptualización, realidad y representación”. Esa es quizá la (a)puesta de estos filmes que, si bien responden a una historia que marca su desarrollo, anclan su carácter cosmopolita en lugares y escenarios particulares.
2 – Generations
Esta universalización probablemente se consolidó gracias a las peculiaridades que presenta la larga historia del cine argentino, que eventualmente ha proporcionado a los realizadores las capacidades necesarias para salir de la localía sin perder identidad y carácter propio.
Y hablando un poco de la historia, el cine argentino es pródigo en el surgimiento de “nuevos cines”. Desde aquella Generación del ‘60, de la cual se puede resaltar al realizador Manuel Antín (fundador de la FUC – Fundación Universidad del Cine), hasta los jóvenes que en la década de los ‘90 supieron darle vida a un cine que agonizaba. Entre medio de esas dos generaciones de “nuevos cines” (y cineastas), existen muchos nombres y, obviamente, muchas películas e historias. Desde el mítico Leonardo Favio, cuya obra se acrecienta con el paso del tiempo, pasando por algunos autores solitarios que lograron realizar películas muy personales que, dándole la espalda a la industria, supieron funcionar como maestros o, al menos, como guías de los jóvenes futuros realizadores.
Directores como Martin Rejtman, Raúl Perrone y Alejandro Agresti, mostraron que otra manera de hacer cine era posible y que el adocenamiento que en ese entonces imperaba no era una condena y mucho menos una obligación. Aquellos años, a partir de mediados los ‘90, fueron hermosos y fructíferos. Al menos por un tiempo. El cine argentino no solamente volvía a salir a la calle, sino que también salía al mundo. Los títulos de esas películas, incluso hoy, mucho tiempo después, siguen sonando a nuevos aires: “Pizza, birra, faso” (1996), “Mundo grúa” (1999), “La libertad” (2001), “La ciénaga” (2001). Todas ellas operas primas que devolvieron al cine argentino su juventud. Fueron momentos de ebullición en donde una nueva critica también supo acompañar a los realizadores, revistas como “Film” y “El Amante Cine” daban lugar y voz a estos nuevos autores y los festivales de cine como Bafici y Rotterdam pasaban por sus mejores momentos, todo parecía nuevo y a punto de descubrirse.
Pasó el tiempo, inevitablemente, y hoy en día aquellos directores que supieron mostrar un camino alternativo ya forman parte de alguna historia oficial. Hay quienes se pasaron a un cine más comercial, otros que continuaron con formas más personales y hasta hay algunos que son considerados grandes nombres dentro del mundillo de los festivales más prestigiosos del mundo. Aquella generación conocida como Nuevo Cine Argentino se fue diluyendo pero, al menos, dejó su marca. Una marca que persiste.
Luego de aquel Nuevo Cine Argentino no volvieron a vislumbrarse nuevas generaciones que, al menos desde afuera, se constituyeran como un grupo con intenciones y búsquedas similares. Salvando excepciones como el caso de Mariano Llinás y su productora El Pampero, que agrupa directores, técnicos y actores en una familia en la que los roles pueden ir cambiando sin mayores problemas de jerarquía y en donde las ambiciones de algunos de sus proyectos se contradicen con sus presupuestos, pero nunca con su modo de entender al arte relacionado con sus formas de producción.
En cuanto a la actualidad del cine argentino, como ocurre con los vaivenes sociales, depende desde qué lugar se lo vea. El cine más comercial, protagonizado por estrellas locales y casi siempre producido con el apoyo de la televisión (o los multimedios o como sea que se llamen ahora), logra anualmente una o dos, quizás tres, películas que triunfan en la taquilla, en algunos casos superando el millón de espectadores. El cine de autor, como decíamos, sobrevive no ya en un movimiento sino en muchos nombres, que encuentran sobre todo en los espacios de los festivales el modo de producción, validación y proyección de sus películas. En ambos casos, aunque no siempre, el INCAA (Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales) se encuentra detrás de estos proyectos aportando recursos para la realización de dichos filmes.
Obviamente, vale la pena aclarar que este resumen por breve termina siendo bastante escueto y porque no, un tanto caprichoso.
3. Presente (El momento en que estamos)
Las películas argentinas presentadas en esta edición del Forum parecen pertenecer o remitirse a ciertas tradiciones, aunque sean tradiciones personales, a veces íntimas. Con CUATREROS, Albertina Carri vuelve a demostrar ser una voz única y polémica. Su nombre aún remite a aquella generación del Nuevo Cine Argentino y su filmografía (aunque suele verse opacada frente a la grandeza de “Los rubios”, 2003) se mantiene como una de las más particulares de los directores surgidos en los ‘90. En CUATREROS, Carri, vuelve a dialogar con su propia historia, la memoria y el pasado de Argentina; esta vez utilizando como hilo narrador los aconteceres del cuatrero Isidro Velázquez a través de las más variadas imágenes y materiales de archivos (la película nace como un desprendimiento de la instalación realizada por la autora, titulada “Operación fracaso y el sonido recobrado”). Carri demuestra una vez más que el cine sigue siendo una herramienta para revisar el pasado y al hacerlo, da cuenta de las políticas que atraviesan la actualidad del país, en sus propias palabras: “hacer memoria para que aparezca la propia memoria”.
El nombre de Adrian Villar Rojas quizás no diga mucho a los cinéfilos (a pesar que en 2013 su mediometraje “Lo que el fuego me trajo” formó parte de la programación del festival de cine de Locarno), sin embargo, a partir de EL TEATRO DE LA DESAPARICIÓN (2016) esto va a cambiar. Villar Rojas pertenece al mundo del arte contemporáneo y basta rastrear su nombre para percibir su ascendente carrera y, aún más importante, su particular arte. Enormes obras realizadas junto a su grupo de colaboradores (ingenieros, carpinteros, escultores, dibujantes) que conforman un universo en donde se mezclan restos de la cultura pop, paisajes sacados de la ciencia ficción y mundos en ruina. Creaciones que debido a sus tamaños suelen ser destruidas luego de ser exhibidas. Si uno conoce los trabajos previos del Villar Rojas, podrá reconocer que esos escenarios están siendo registrados por su autor, como a la espera para ser intervenidos. Sin embargo, si uno no conoce estas obras, se encontrará con un film, armado en tres partes tituladas: “El momento más hermoso de la guerra”, “Unknown Soldier” y “Una guerra en la tierra”, en donde las formas del documental se mezclan con sutiles (y a veces perturbadoras) alteraciones. No son, o al menos por ahora no parecen ser, las obras de un artista utilizando el cine solo para sumarlo a su arte, sino el trabajo de alguien que descubre en el cine otras, nuevas, posibilidades de expresión.
ADIÓS ENTUSIASMO es la opera prima de Vladimir Durán (un joven director nacido en Ecuador y residente en la Argentina, lugar donde realizó sus estudios), allí se enfrenta de manera exitosa a un monstruo muy común en el cine – no solo el argentino – el mundo de la familia disfuncional. Desde una puesta en escena que sorprende por su precisión, Durán narra los días de una familia y el encierro de una madre tan presente como fuera de cuadro. Un universo cerrado entre las paredes de una casa y las rutinas – algunas comunes, otras particulares –, que mezcla lo teatral, el realismo y el delirio, para mostrarnos una vez más, ese infierno tan único y a la vez tan personal e intransferible que suele ser la vida en familia. La película de Durán podría jugar a remitir a un pasado del cine argentino, pero lo termina eludiendo, gracias al misterio que atraviesa sus imágenes y su historia. Un misterio qué, como corresponde, nunca termina de ser develado.
4. The futur
Siempre fue difícil saber de qué hablamos cuando hablamos de cine argentino. La universalidad que apuntamos en algunas partes de este texto, demuestra, una vez más, que los verdaderos cineastas parecen imponerle al mundo su mirada y así lograr traspasar fronteras y costumbres. Las experiencias personales ya no son las que ocurren en la esquina de nuestras casas, sino las que experimentamos cuando estamos en lugares a los que no pertenecemos. Desde esa tensión, esos cruces extraños y choques culturales está surgiendo el mejor cine de la actualidad. Argentino, o de donde sea.